Conocí a Gregorio en el confinamiento. Un ganadero de 85 años que vive en una casa en un valle de Valdáliga (Cantabria). Me atrajo su vida desde el minuto uno. El resto del mundo colapsado por el parón provocado por una pandemia y él, a su aire, viviendo una vida que muchos considerarían confinada. Me fascinan sus manos, su ropa, su ventana, donde se queda horas observando el campo y el camino por si pasa algún vecino; su silla de plástico en el pajar, donde se sienta en invierno buscando el calor de los pocos rayos de sol del Norte. Me fascinan sus ojos, azules; la antigua bañera a modo de bebedero en la puerta de la vaquería; su inmenso toro, Majo; su gato, Paisano"; sus terneros, que le buscan cada vez que entra a verlos. Me fascina su agilidad a pesar de sus evidentes achaques, su fuerza, su dedicación al campo y a los animales; su generosidad cuando me da los pocos huevos que ponen unas viejas gallinas o el saco de castañas que escoge una a una entre las mejores.
Una vida en el campo que emociona.
"Era un hombre bueno y franco, conocía las labores del campo”, dice el viejo refrán. Gregorio nació cuando la guerra, hizo la mili en Madrid, en Cuatro Vientos, fabricó cubiertas para ruedas de bicicleta en Ámsterdam, cargó trenes de carbón en Bilbao, se casó, tuvo cuatro hijos... Y crio vacas. Cría vacas, porque a los 85 años es lo que sigue haciendo, desoyendo los achaques, a su aire en Caviedes, un pueblo en Cantabria, lo que más le gustó siempre. Una vida roturada en las manos, en esa mano derecha que ofrece al ternero para que la lama en la imagen de la derecha.
La fotógrafa María Morenés (Madrid, 2 de septiembre de 1984) conoció a Gregorio durante el pasado confinamiento. “Me llamó la atención ese aislamiento, esa vida tan diferente y a la vez, en ese momento, tan parecida a las nuestras, que habían quedado detenidas. Lo que para nosotros era una vida confinada para él era, simplemente, una vida”. La suya, elegida y plena. Así que cogió la cámara. En nueve semanas le fotografió 12 días diferentes. Con cada fotografía se iba acercando más. El hombre hosco iba aflojando el gesto, las palabras hurañas se iban ablandando. Un día le dijo:“Ven, que te enseñe los terneros”, y allá que fueron. “De todas las fotografías que hice creo que esta es de las mejores”, cuenta Morenés. “En ella está todo, en esa mano tan de campo, tan áspera, tan trabajada, por un lado, y en cómo el animal acude a ella, por otro”. Crudeza y ternura.
Transcurrido el confinamiento, Morenés le llevó a Gregorio algunas de las imágenes, una de ellas en la que sale con el toro que tiene para fecundar a sus vacas y del que está particularmente orgulloso en un modesto marco. “Me cago en la leche...”, fue su respuesta abriendo mucho unos ojos azules cuya mirada empieza a velarse. Una forma cruda y tierna de agradecimiento. “Era un hombre bueno y franco...”.
Victor Rodríguez Arroyo. FUERA DE SERIE, Octubre 2020.